El País, España. Marzo 2017
Fomentar el desarrollo económico de los países, reducir la pobreza, insertarse en el mundo… Frases sueltas que se repiten una y otra vez. Pero la ecuación no cierra si aumenta el nivel de desigualdad entre diferentes grupos poblacionales.
En el área de la salud, las inequidades se traducen en las dificultades de ciertos grupos para acceder a servicios e insumos. Excluirlos por cuestiones de etnia o nacionalidad no sólo no tiene ningún fundamento ético-político sino que además atenta contra el derecho humano fundamental a la salud. Los inmigrantes se inscriben dentro de esta categoría castigada por las injusticias en salud.
Hace seis años que vivo en condición de inmigrante; más dos que ya había vivido antes, totalizan 8 años. A mis 33 años, pasé el 25% de mi vida fuera de mi país. Sí, de forma legal, estudiando y trabajando. Mudarse de país, -aun en mi caso que fue por propia decisión y convencida que era en busca de mejores oportunidades-, no es una decisión fácil. Se extraña, se anhelan las reuniones con amigos, los domingos en familia, las comidas típicas. No puedo ni siquiera imaginar lo que sufren aquellos que no deciden hacerlo sino que no tienen otra alternativa. Me pregunto, ¿qué nos diferencia tanto para que yo haya sido siempre bienvenida y ellos maltratados y estigmatizados?